viernes, 7 de mayo de 2010

Desde la ciudad de Los Ángeles (Puebla)

Ricardo Cartas durante la disertación.


40 Barcos de Guerra

Por Ricardo Cartas

Antes de iniciar esta presentación quiero leerles un telegrama del TAZ (Temporary Autonomous Zone), una especie de manifesto-telegrama escrito por Hakim Bey cuyo nombre real es Meter Lamborn Wilson:

Concentrarse con un estado inestable de esperanza. Punto. En la edad del encierro, no pensar y el exterior como un lugar, sino como un momento. Punto. Nunca más agotarse en contra del capitalismo. Punto. Preferir lo tangente, los atajos, los banquetes entre amigos. Punto. Intentar abolir el poder. Punto. Valiendo madres. Punto. Gozar de los enclaves y con los enclaves. Punto. Considerar la gracia de los pequeños gestos cotidianos como acto de resistencia. Punto. La liberación es una palabra vana. Punto. La TAZ es un terreno baldío, una noche. Punto. Un bolso de mujer entreabierto. Punto. Dos amantes que susurran y se besan. Punto. Los dedos del relojero sobre un reloj de bolsillo en un cine de barrio. Punto. Saber que todo lo que el estado y el mercadeo no han marchitado todavía, terminarán por marchitarlo. Punto. En el intersticio, la TAZ es posible. Punto. La creación no se repite, es una TAZ. Se repite, es una TAZ. Se repite la producción. Qué fastidio. La TAZ es un lapso que no tiene más referentes que sí mismo. Orgasmo no mercantil, intercambio no mercantil, música no mercantil e imágenes no mercantiles. Punto. Gratuidad del boca a boca, mano a mano, cadenas en los tobillos y zona franca descarada de la coyuntura entre dos huesos. Punto. La TAZ es una respiración, un maravilloso telegrama.1

Las antologías literarias actúan en favor de la discriminación, desde el ojo de los que se sienten con la calidad moral de escoger quién es el que posee el valor poético para aparecer en determinada selección. Los que no aparecen no existen, vivirán al margen de la generación, del grupo, de la mafia, del coto, del libro, de la historia. No son nada. De ahí nace la ya casi natural controversia inmediata después de la publicación. Contienda entre los que sí aparecen contra los que no, diálogo-bombardeo que por lo menos, en México, ya se ha hecho tradicional. Ejemplos hay muchísimos, desde el ómnibus de poesía mexicana, hasta más recientes. Pero lo que se hace realmente no es una antología, sino una selección de autores que bajo criterios de estética en el mejor de los casos, del amo antologador se hace libro, y por qué no, darle entrada a uno que otro cuate, nunca falta.

Y nacen los cánones, nacen las mafias, nacen las generaciones, nacen los grupos, la forma de repartirse las becas, el ninguneo, la “dirección” que debe llevar la poesía en el país. Y el método dio buenos resultados, magníficas muestras de nuestra poesía. Sin embargo, los tiempos y las condiciones de la geografía poética cambian, de tal modo que 40 barcos no puede limitarse a una antología de poesía mexicana: Rusia, España, EU, Ciudad Neza, Ecatepec, Argentina, Marruecos, Venezuela, Tepito, Guadalajara, Oaxaca, Monterrey, Chile, Puebla, Sinaloa, Veracruz, Chicago, Coahuila, Tlaxcala, Michoacán, Cuernavaca, Hidalgo, Andalucía, Monterrey, Texas, Yucatán, Guerrero, Villahermosa, Nicaragua, etc., es increíble la manera en cómo el ámbito poético y la producción ha girado y enriquecido la práctica poética (que se ejerce en el territorio nacional).


Martínez Garcilazo entre el público escucha.

Con la incorporación de las prácticas de lo autogestivo, de lo alternativo, la poesía se ha convertido además de una actividad artística (la de más alta espiritualidad) también en una forma de resistencia, en una actividad cotidiana que hace frente a las múltiples formas de poder. La voz poética que vive en las marginalidades se redimensiona, adquiere un valor extraordinario que resuena en las mentes lúcidas de los lectores (también poetas). Resistir poéticamente, es una forma de vida llena de nobleza, de honestidad, de valentía civil, valores que prácticamente están en extinción.

La aparición de 40 barcos de guerra es un acontecimiento; su naturaleza es un parte aguas en la literatura mexicana, una forma de reinventar la convivencia entre la hermandad de poetas. La imagen del amo antologador desaparece, desaparece el dedo inquisidor que señala y restringe. Con esta acción el poder omnipresente se diluye, se reparte entre todos los editores de cada uno de los barcos.

Me encanta la idea que muchos poetas se puedan unir en una guerra poética contra lo establecido, que recurran al vejo slogan punk: hazlo tú mismo, y que peleen por difundir su forma de ver el mundo, de pelear por un lector que es cómplice de la resistencia, lector que se arriesga a leer otros mundos, poéticas que jamás serán leídas en Letras Libres. Son poéticas que no pueden ser plasmadas en el papel de la corrupción, de la verdadera decadencia, de la solemnidad acartonada. 40 barcos es un espacio real para la vida poética.

Como lector, puedo señalar que con esta antología se reinventa la geografía poética de México, se convierte en LA OTRA voz poética del país de la poesía, de aquellos que como bandera tienen el existir en la poesía, y con la poesía acompañan a los muertos de la guerra cotidiana, como es el caso de Leticia Luna que escribe el poema Ríos de Sangre.

La lectura de esta antología es un riesgo, debo confesarlo, no es un libro de gozo sino de reto, no por las más de 600 páginas que la conforman, tampoco por la cantidad de temas que a muchos críticos ortodoxos infartaría: Soledad (Francis Mestries, Claudio J. Capristo), Ecología (Raúl Tapia), Existencialismo (Cuitláhuac Sánchez Reyes), Héroes (Carlos Wilheleme), Poesía (Lucero Balcázar), Viajes (Arturo Alvar), Tertulias (Karina Falcón: ¡Qué decadencia del mundo ustedes continúan con sus poemas!) Underground (Israel Soberanes, Mario Guzmán, Óscar Escoffié: sólo veo el amor en forma de banquetas), Marineros (Marisol Salmones), Escritura (Alejandra Peart Cuevas), Erotismo (Jonatan Gamboa), Brevedad (Juan Manuel Dávila Tejada), Mujer (Emma Villa Arana), Selváticos (Eduardo Cerecedo), Popular (Ramiro Pablo Velasco), Poética Chiapas (María Elena Jiménez Guillén), el humor de los poblanos (Miguel Ángel Andrade, Miguel Maldonado y la extraordinaria Gabriela Puente), Futbol (Muciño Sosa), Ironía Lingüística (Isidoro Eliut), Liturgia (María Elena Rodríguez), Antiescritores (Jorge Posada), Chilangada (José Luis de Gante), Pop (Benjamín Orozco), Malditos (Víctor M Muñoz), Chicleros (Ricardo Martínez), Pornógrafos (Óscar David López: 495), Oscuridad (Andrés Cisneros de la Cruz), muchos temas que bien podrían englobarse en uno solo: la honestidad. Pero es un reto leer esta antología sobre todo por cada uno de los poetas que plasman la dificultad y éxtasis de la vida en la diversidad de los márgenes, de su lucha diaria consciente o inconsciente contra las múltiples formas de poder. Basta con leer lo desgarrador de la poética de Leopoldo Ayala, en torno, no sólo a Atenco, sino a toda la infame guerra contra la humanidad que se ejerce desde los escritorios, o el denso canto interior que se colma en los versos de Eduardo Oláiz, o el diálogo cósmico de Gabriela Borunda, o lo desgarrador de María Rivera Valdez (ambas poetas de Chihuahua, uno de los estados más violentos de la República), o la decantación lírica de Sara Bringas, la crudeza de M Muñoz, o la rebelión in situ de Pedro Emiliano o Hugo Garduño, la transgresión simbólica de Adriana Tafoya, entre un amplio canto general que va de la violencia discursiva hasta la hondura intelectual.

40 Barcos de Guerra exige un lector con mucho valor. No es un libro para cobardes, es para aquellos que son capaces de hundirse en la oscuridad, en el humor más ácido, en la verdad poética, en lo horroroso de lo disímbolo: lectores que se arriesgan a sentir tanto como los poetas, como los editores, como los que pueden Sentir. Y la flota va creciendo y acercándose (lentamente) como aquella nave de los locos que arremetía sin dirección, simplemente existiendo, mirando las realidades, convirtiendo su vida en poesía.