martes, 10 de julio de 2012

El zombi, o la trascendencia del arquetipo masculino a principio del siglo XXI

Por Andrés Cisneros de la Cruz
Óscar Escoffié presentó el libro de Mendoza. 

¿Qué son los modelos de existencia, sino trajes, máscaras, figuras preparadas para echar a andar y apoderarse de quien les invoque? ¿Qué son los ídolos, los rockstars, las figuras de lucha, de la resistencia, o los llanos líderes del mundo, sino pautas para que la juventud, o la sociedad rasa, los emule.Un zombi, según Wikipedia, (en ocasiones escrito erróneamente con la grafía inglesa zombie), es, originalmente, una figura legendaria propia de las regiones donde se practica el culto vudú. Se trataría de un muerto resucitado por medios mágicos por un hechicero para convertirlo en su esclavo. Por extensión, ha pasado a la literatura fantástica como sinónimo de muerto viviente y al lenguaje común para designar en sentido figurado a quien hace las cosas mecánicamente como si estuviera privado de voluntad. A partir de que el término está emparentado con kikongo nzambi, que significa dios, podemos asumir también al zombi, como el esclavo de dios.


Juan Mendoza durante la presentación en el FCE 2012.

En el primer cuento de Anoche caminé con un zombi, Juan Mendoza, nos anuncia, y enreda, en un viaje que realizará, en vez de la mano de Virgilio, del mano de El Ratón y el Ray, por los inframundos de la inconciencia etílica por la cual pasa todo hombre en busca de su Beatriz (o mexicanamente, su Frida), siguiendo la dulce vida de Dante. Historia humanista, que en plena decadencia posmodernista sigue persiguiendo a sus biznietos, en séptimo grado, ilegítimos familiar que sobreviven en este México que tal vez tengan poco que ver con ese viaje universal. O quizá todo, depende en qué parte del viaje se encuentre el zombi, en busca de su ser.


La muerte del padre, como una tragedia que libera es con lo que da inicio a la historia, y lanza pies por delante, a nuestro antihéroe, que renuncia súbitamente a su trabajo, mandando al carajo a su jefe y todo lo que le rodea, para así, buscar en el más allá, a su padre, que ha atravesado ya, el río de la mano de un Caronte bigotón como Zapata.


Estephani Granda contextualizó el trabajo editorial 

¿No es el mundo una especie de guardarropa donde dos ojos sin cuerpo, como en la clásica serie de Pacman, van y se calzan un traje fantasma, que les da presencia, que no identidad, para luego ser tragados por el señor pastilla, el radiante devorador? ¿No es esta la historia con la cual creció la generación X, repetida en múltiples medios, fueran musicales o televisivos?La cultura, ejercida a través de caricaturas, noticieros y una parafernálica saga de juglares rocanroleros, en los años 80-90, fue una etapa crucial para determinar el modelo posmoderno de hombre que se “necesitaba” para el desarrollo sustentable, y equilibrado, del futuro, y por supuesto, ceñido de acuerdo a los criterios cósmicos de las mesas redondas de dichos cantores. La percepción posmoderna del zombi, monstruo de la época, que ha pasado de ser terrorífico a ser inofensivo, incluso  domesticable, y más útil que un perro. Basta recordar tres películas (entre una infinidad de ellas) para  tener una idea de esto; la legendaria de Peter Jackson, Tú abuela se comió mi perro; una comedia zombi de reciente producción: Fido, en español, Mi mascota es un zombi, y la clásica Caminé con un zombiI walked whit a zombie, de 1943, dirigida por Jacques Tourneur.

Andrés Cisneros leyó este texto en el evento. 

El zombi se ha vuelto más que un eje de afección, un ícono satanizado que, en el marco de la expiación de culpa de la época y se asume como parte integral de la sociedad; el no-vivo, el ente sujeto a su “necesidad” de “tomar” de otros “las ideas” que lo compondrán y lo mantendrán vivo, que es una forma de decir, lo mantendrán dentro del círculo de necesidades planteadas para “vivir” (que no existir) en la vida contemporánea, se vuelve equiparable a un ciudadano estándar.De allí que los requerimientos sociales para ser “económicamente respetable”, son las determinantes, condicionantes generales para nutrir al “vivo-no-vivo” de estímulos que lo hagan sentir solo-vivo. Anoche caminé con un zombi, de Mendoza, es la crisis de una serie de hombres acercándose peligrosamente a los cuarenta, con todo el peso de estas condicionantes. En el umbral de renunciar a su yo incipiente, o de aventurarse y asumir el rol predeterminado por la sociedad. Son todos estos hombres, sintetizados, y transformándose en un fantasma, que al final, al igual que godot o el padre muerto, dejarán esperando a Ella, sola. Igual que ellos esperaron como Osqui, la llegada de lo ido, y aquí un fragmento del diálogo en el cuento Sometime always: p. 66. La fundación del arquetipo masculino de México, a través de los escritores nacionalistas del siglo XIX, entre el ellos Ignacio Manuel Altamirano, con el Zarco, es la figura de un hombre bueno, trabajador, hombre de casa, en contraposición de la figura masculina estadounidense, que es la de un sicario, avisado en imponerse sobre todos, solitario, pero repartidor de la justicia, curiosamente, en vez de polarizarse; ambas figuras se fusionan en el mexicano; y esto a través, no solamente, pero sí principalmente, a través de la música.

Adriana Tafoya, Juan Mendoza, Óscar Escoffié, Andrés Cisneros de la Cruz. 

Ya Tin Tan es una mezcla que figura un pachuco, gandalla, pero gracioso; abusón, pero mártir. Familiar, pero solitario. De igual modo nuestra historia como hombres en los 80 y 90 no es muy distinta, y educados con rolas de Joy Division, The Cure, Bowie, Zappa, etcétera, son las educadoras, y al mismo tiempo formadoras de los ídolos que contextualizan la juventud; con la variable de que la realidad norteamericana, no tiene tanto que ver con la juventud mexicana. ¿En qué deriva este desfase, esta traspolación, esta desencajada situación de sociedad impuesta, y sociedad superviviente? Lo que nos lleva a la pregunta: ¿Quién es el zombi?, pregunta que puede ser medular en el libro que nos entrega Juan Mendoza, ¿quién es el zombi? El cuate que ante la muerte de su padre, se libera; el que abandona en un hotel a la mujer feminista que cumple la venganza de todas las mujeres de todas las épocas escupiéndole su propio semen en la boca. El que sigue al pie de la letra el dicho de todo hoyo es trinchera; el performancero involuntario (benditos los teporochos!, sería la frase); o el que prefiere sexo con un mouse, antes que con una mujer (sea prostituta circunstancial, sea amiga). ¿Quién es el zombi, la mujer que se queda esperando una serenata con una Fender roja, o el hombre que ve pasar la vida con los audífonos puestos?

El soundtrack del libro, con mariachis, boleros, música de Placebo, Fatboy Slim, Las Ultrasónicas, Frank Zappa, acompañado de personajes que a falta de Piporro han sobrevivido en la boca de un piropo vulgar: El Ray, El Ratón, presionando, viviendo en el cerebro de su amigo, acomodados en un sillón, ¡a todo dar!, cómodos, con un trago en la mano, sea tonaya, sea whisky, sea cerveza, contentos, esperando que la fiesta nunca acabe, porque “la vida son la fiestas”, dice alguno de los personajes de este viaje zombi. Y entre tanta soledad, la música, y un deseo de desafanarse de tanto mundo lejano. Renunciar, por qué no, a tanta chatarra que suena bien, pero que no llena. Parece que dentro de este sórdido viaje, el zombi, sea quien sea, intenta regresar a la vida, arrancarse la mueca de hambre del rostro, la necesidad de réplica.Y se asume parte de un mundo en donde es él el resultado natural de todo lo que más odia. Misógino, vulgar, desolado. Más que cínico, desfachatado, se enfrenta a un asunto más grave; nota que algo no cuadra en la narrativa de esta vida. Por eso Juan Mendoza, hace de sus personajes, entes rendidos; derrotados por su entorno. Hombres que nunca brillarán en sociedad, y que por eso, pueden ser otros. Pareciera que el autor de Anoche caminé con un zombi, nos dejara claro en ese título, que eso pasó ayer, un noche atrás, aunque la noche siempre sea joven.

Y que alguna vez caminó entre los muertos. Y que por eso, decidió un día cortarse las venas, como se cortan los tendones que unen al títere con su titiritero. Y eso es la más culero, apunta el autor en uno de los títulos del libro, cuando descubre el radical absurdo en el que vive un hombre en México a principios del Siglo XXI, cuando manifiesta su pensamiento en su carta suicida, que, cito, la p. 54: ¿A quién esperas tú? ¿Te has preguntado si eres un zombi? Si estás esperando que esté texto sea un test para resolverte la duda de si eres un zombi o no, entonces, indudablemente eres un zombi. Si eres un zombi, te recomiendo abiertamente que leas este cuentario, que te ayudará a mirar en otros, el paso al que nos ponen a bailar en la vida. Si hace tiempo que dejaste de ser zombi, igual te lo recomiendo, pues pasarás muy buenas jornadas de risa y acidez, recordando esos tiempos, que ahora parecen ajenos, distantes, como una película vieja, en al que alguna vez participaste.Un reconocimiento a Juan Mendoza, por compartir este viaje al centro del infierno que habita en el corazón de cualquier mexicano. Felicidades.   

lunes, 21 de mayo de 2012

A/salto de río, de Raúl Renán


Por Saúl Ordóñez

Conocí la poesía de Raúl Renán en Rostros de ese reino (2007), publicado también por VersodestrierrO, en coedición con la Organización Editorial Nuevo Siglo, con el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes; un libro maravilloso, no solamente por los poemas de Renán, también por los dibujos de Kristin y, especialmente, por las imágenes del Fondo cristológico de estampas grabadas y litografías “Los Venados”; y que, me parece, guarda una estrecha relación con A/salto de río (Agonía del salmón), que hoy nos ocupa, según explicaré más adelante.
Primero, hablemos del salmón. El género Salmo comprende varias especies de peces marinos y de agua dulce de la familia de los salmónidos. Algunas de las especies de este género son anádromas, es decir, nacen en agua dulce, migran al océano y vuelven al agua dulce para procrear. Se les atribuye la capacidad de volver al mismo sitio donde nacieron para reproducirse, y los estudios recientes muestran que al menos un 90% de los salmones que remontan una corriente nacieron en ella. No se sabe cómo se orientan. (Wikipedia, 2012)
Este hecho extraordinario y misterioso, que los salmones vuelvan al sitio donde nacieron para reproducirse y después morir, ha atrapado fuertemente la mente de los hombres. Por ejemplo, el inglés Ted Hughes (1999) les dedica varios de sus Poemas de animales; cito fragmentos de dos de ellos:

Salmón en agosto

(…)
En una bodega de raíces de fresno, solo,
el novio yace herido de muerte
por el amor y el destino.
Sus rasgos se deforman por culpa de la espera.
Su belleza sangra de manera invisible
por cada una de sus agallas.
Traga saliva con torpeza por culpa de sus pesadas vestiduras,
pero su mirada permanece embelesada,
mastodóntica, ártica.
Es un dios venido a la Tierra por primera vez,
lleva en el cuerpo el reloj del amor y la muerte.
(…)
No hay quien lo conozca con ese color morado.
No puede aguantarse y se cae otra vez.
Intenta librarse del cráneo remachado
y de su macabra envoltura.
                                               Pero se hunde en el lecho
de su celda matrimonial. Queda en coma
y espera a morir ejecutado
en la falda de la novia.

Salmón en octubre

Yace apenas protegido por un metro escaso de agua,
dos pies por debajo del pobre resguardo de un roble diminuto,
una zarza lo cubre a medias.
Descansa después de dos mil millas,
respira en ese chapoteo de agua indulgente,
en su charco funerario.
Pesa unas seis libras,
tiene cuatro años a lo sumo, sólo ha pasado un invierno en el mar
pero ya es todo un veterano,
ya es un héroe tocado de muerte. ¡Qué súbito fin!
¡Qué deprisa ha pasado por este museo de cosas prodigiosas!
El hermoso vestido de tierra donde estaban bordados los meses de ternura,
y que era la túnica salvavidas de su esposa,
ahora está gastado por culpa del ansia y las prisas de ella
y flota en la corriente como un pañuelo deshilachado.
(…)
La muerte ya lo ha amortajado
con su uniforme de payaso, sus placas y condecoraciones.
Así señala que su servicio ha terminado.
Su cara es una máscara macabra, un dinosaurio de senilidad, y su cuerpo
es una anémona fungoide y ulcerosa.
(…)
¡Qué cambio! ¡De aquel pacto de luz polar
a esta mortaja en el arroyo!
¡Qué muerte en vida, ser el espectro de uno mismo!
¡Que tu cuerpo se convierta en títere de la muerte!
La muerte le ha puesto sus trapos y sus burdas pinturas.
Él mismo se atormenta en su vigilia expectante
y sufre la sumisión, la torpeza
y la humillación de su papel.
(…)
Pero siempre lo supo. Estaba escrito en el huevo.
Esta cámara de los horrores es también su hogar.
Tal vez lo incubaron en esta misma charca.
Y ésta fue su única madre (…)
Y todo esto también está bordado en la riqueza ruinosa,
en el porte heroico
que lo mantiene tranquilo a pesar de las heridas, tan leal a su destino,
tan paciente en la maquinaria del paraíso.
Ted Hughes fue antropólogo de formación y era versado en mitología, especialmente de los pueblos de Norteamérica, para quienes algunos animales son tótems, es decir, representan a grupos humanos con quienes, se supone, están emparentados, y a fuerzas de la naturaleza. Pero no es necesario saber esto para darnos cuenta, al leer estos poemas, de que Hughes no sólo describe en ellos a los animales, de quienes fue un gran observador toda su vida, sino que también los utiliza como metáforas, como símbolos, a la manera de los bestiarios medievales, del gran drama de la vida.
Raúl Renán también recurre al salmón en A/salto de río por su valor metafórico. El salmón es un Ulises que regresa a casa a morir. Representa a todos los que vuelven al origen, bajo el mandato de un dios, para encontrar su final, pero también para pagarle un último tributo a la vida, para forjar un nuevo eslabón en la cadena, dar a luz una última rosa sangrienta o terminar en una sartén para ser devorados.
Bajo el mandato de un Dios, arriban a los brazos de una “diosa de agua”, Deméter-Perséfone, madre, hermana y amante, señora que da la vida y da la muerte, virgen, la Doncella de los misterios de Eleusis y la Guadalupe Tonantzin.
Formalmente, la característica que más resalta de A/salto de río, es que está escrito para ser leído de abajo hacia arriba; así, es una gran figura retórica que representa el nado, el salto del salmón corriente arriba; pero, también, desnaturaliza el lenguaje, al romper la convención, muestra su carácter convencional, de entrada, exige un esfuerzo mayor en la lectura. Pero no es lo único, los versos son breves, hay muchos monosilábicos, y se nadan, se leen a saltos, como los salmones. Aquí y allá, irrumpen onomatopeyas, que forman por completo el último fragmento, el XXXV. Todo esto emparenta al poema con la Poesía del Lenguaje, porque, ni duda cabe, el gran protagonista de la poesía de Renán es el lenguaje, la palabra, el Verbo de Rostros de ese reino.
Los poemas de Rostros de ese reino, a pesar de leerse de arriba hacia abajo, ascienden, son la subida al Calvario y la ascensión del alma a los brazos de su Creador. A/salto de río, a pesar de leerse de abajo hacia arriba, desciende, es el viaje al huevo y a la tumba. Los dos libros juntos, son un doble movimiento de anábasis y catábasis. El fragmento XXXIV de A/salto de río, compuesto de verbos en presente, responde al último fragmento de Verbo Pancreator, poema de Rostros de ese reino, compuesto de verbos en infinitivo. El sujeto deviene ser y el espíritu encarna.
Raúl Renán es un poeta, a través de su magia verbal, coparticipa en la Creación. Vicente Huidobro fue el iniciador del Creacionismo, una vanguardia que afirma que “el poeta es un pequeño dios”. Huidobro escribió Altazor, que también es un viaje, un viaje en paracaídas, o, mejor, parasubidas, donde el lenguaje es destruido y recreado. Altazor arriba al canto VII, a un más allá del lenguaje, a palabras de un más allá como fantasmas de estrellas extinguidas pero que aún son visibles en el cielo nocturno. El salmón de Renán arriba al fragmento XXV, a un más acá del lenguaje, a onomatopeyas como fetos de palabras.
La poesía de Raúl Renán no es fácil, hay que ser un lector atento para aprehender sus sutilezas semánticas, sintácticas, fonéticas; pero no es una poesía inaccesible, en ella hay algo con lo que todos podemos relacionarnos. Renán es un poeta capaz de abordar los grandes temas, y hacerlo siempre con un espíritu experimental, su gran amor es la palabra, que es la materia de la poesía.

El ojo enfermo que te mira cuando duermes


Sobre Neurálgica de Daniel Carpinteyro

Por Andres Cardo

El discurso posmoderno tiene como señal de podredumbre, o dicho técnicamente, como vestigio de su decadencia, un halo que se eleva en último grito: una llamarada azul que expele el aroma funesto de que, el tanque está por acabarse. Expira. Está en su último límite el alcance del hallazgo Humano, de que todo (y cada cosa) deviene, se deconstruye, se funde en lo que no es, al momento de rozar con su Ser cada partícula del Caos que le redea.
Este aroma intenso y penetrante es el que otorga al lector, Neurálgica, de Daniel Carpinteyro. Libro adensado por un lenguaje que se acomda sobre tecnisismos biológicos, lingüísticos o neuronales. Adjetivación advervial que guarda en su sonoridad cincelante, la desesperación hermética, del encierro, y también la coraza emocional del vapuleado, y cito un par de versos: "la experiencia del dolor se recombina (...) tierna metástesis / balsámica lamprea /musa simbiótica que nos abstergue de prescindible y de lo vacuo".
De qué busca protegerse nuestro poeta, campeador de la Bestia, ¿de qué extraño mal?, ¿del tempestuoso mundo oleginoso del deseo: El Miedo, o de la espectral silueta del caos que viene a tocar cada uno de nuestros poros para absorver nuestra "escencia" y ponerla al servicio de todo lo que es, de todo lo que hay?
Ella, la ciberética, la lumínica ciudad de espejos rupestres, de dagas cortantes a manera de rostros, de gestos a manera de balas. Avanza hacia nosotros. La Sesgante. La que vive palpitando en cada uno de los corazones que la alimentan, ciegos, !oh, valerosos!, imaginando que alimentan su propia llama, su poropia cargada arma de fuego.
La Señora Latex, la de Cicnco Picos y una boca de Pelo. La Manuela, aporreada por sus congéneres, mismos que un día le dieron luz verde para que creciera y con sus palabras la alimentaron. Ciudad de hombre (diría James Brown) que cabe en una mano, el Hipermundo al cual hemos confiado el sueño y las contraseñas para activar las alertas de Invasión.
Poética cuasi apocalíptica, esta Neurálgica, y por ende, apetecente de los mares. Todo hombre que busca hundirse en la cara desfigurada de lo desconocido, es porque desea que su corazón sea el mar. Su rebuscada lengua de olas, su trepidante agonía de profunda oscuridad amniótica.
Por eso, mejor volver a la fragmentación, al estado natural de la astilla, al vaso roto, premeditadamente, idéntico a una regresión al mundo unicelular de los caldos primigenios de la materia terreste. Así que Capinteyro, decide mejor ponerse "un citurón de dinamita, para evicerar a nervio vivo al Yo demesticable". ¿Hablamos del no-ser?, ¿del vacío?, ¿de la materia?
Qué es el vacío sino la materia invisble, la oscura melasa que respiramos y nos mueve, y a la cual modeamos a imagen y semejanza del recuerdo. Después de todo, todo lo que olvidado está, todo lo que olvidado fue, cabe secreto en la curva intangible de una letra: de un sonido.
¿Contra qué lucha el poeta, entonces? ¿Lucha para ocluir las yugulares de los machos alfa?, ¿sólo para estallar? Apuntar al rojo, dirían los astrofísicos. Permitir que el universo se continúe expandiendo para acelerar su detención, su irremediable colisión implosiva. ¿Radiar? ¿Romper la velocidad del tiempo? ¿Atravesar con un dedo, con al punta de un lápiz (óptico, por supuesto) el nebuloso abismo de la luz?
¿Qué busca el poeta, para qué luchar? Quién o quiénes de todos los entes que le componen, quién de todas sus partículas, quiénes, lo venerarán como Arquitecto de sí mismo?, cuando Capinteyro nos dice: "ya no envidio los grilletes. Yo te sirvo cuando me venero soberano / cuando me proclamo mi único arquitecto / cuando escupo en su tabla de leyes / porque mi Ley, tu ley, es impulso primigenio", es porque asume ser una figura conciente del fractal infinito del logos, pero también su cáncer. Un hijo del Pavor, un benemérito hijo del purulencia: hermano de la sarna, preparado siempre para recibir la estocada del Toro, el lenguetazo salitroso de una luna fuerte, poseedora del trofeo que Freud le otorgaba como primigenio a los hombres: el falo argenta.
Para Daniel la poesía es masculina. Para él, el poema debe ser memorizado con sangre, trazado con un bisturí: "usa un escalpelo que se satisfaga con inocentes", versa, y continúa "déjalo secar la maniobra del orgasmo / sin dejar de repetirlo, hasta que se espese en mantra o hasta degradar tu semen a su antimateria".
Hay el amor-odio necesario en su escritura como para pegar dos edificios altísimos conformados de puro acero. Como para pegarlos en un poema, y volverlos un bolido destructivo, cargado del encabronado enamoramiento de los hombres cuando desean algo y su padre el Mundo, los aleja, lo reprime, los sustrae de su Madre, la Realidad. El hijo héroe, el destructor hijo vengativo edípico prepara su arsenal de juventud ciclónica, para derrumbarlo, para vencerlo y erigirse alveólo, cuadro de diálogo sobre una montaña, al amanecer, al anochecer.
El estoico hedonista, sigue de cerca la teoría de la física cuántica, y no permite, o sabe al menos, que nadie podrá tocarlo. Se mantiene frío, aisaldo del tacto, y su placer radica en el revoltijo que logra crear su idea, su fusión de mente con movimiento, de trayectoria con beso, de beso con muerte, de muerte con deseo, de deseo con ansia, de ansia. De temblor por no acceder a Nada, por mantenerse al margen de sí, del dialéctico castigo del existente que no asume nunca que el Caos habrá de tocarle, sí, que Ella habrá de retirarse del cuerpo la armadura infecta del Tiempo Universal para mostrarse tal cual es, y así fundirlo, envolverlo, penetrarlo por cada uno de los poros, para hacerlo desaparecer.
El estoico hedonista da click, da click. Da cliclk. Mira. Es un voyeur, un infiltrado en las antenas satelitales del gran Ojo. Y desde ahí, mira igual que mira el gran Ojo, sin él mismo llegar a serlo. Sin serlo. Y aquí cito un par de versos de su poema Oda: "Artistas  como reses en el rastro / artístas como hígados / yo me detengo ante el umbral / de su dolor incognosible / les veo abstraer esas neurgalgias / con serenidad tan grácil que me siento vivo / en su muerte yo me siento vivo / con viva urgencia de empinarme ante la muerte", y versos abajo: "Marchan las botas industriales del futuro Canon: el Mester de Tanatología".
Una balada para la destrucción, "un aullido de cisne", escribió Papasquiaro. Un lamento como un suspiro profundo e inaudible como un quejido, una llanto lluvioso e intenso por la modernidad, por el humanismo que se arrastra en unas escaleras, abismo abajo, para cubrirse con el pesado manto de cuatro carretillas de tierra.
Cantar la muerte como la vida, es tal vez, una de las formas más eróticas de estos tiempos de procrear la especie. No tengas hijos, adopta un perro, adopta un niño, adopta a un hombre solo para que desconosca que Nadie lo quizo, y lo tatuó con el soplo de su exitencia.
Un hombre de caza, listo para devorar al distraído que sale a correr por la manñana. Devorarlo de un sólo golpe, y guardarlo en su bolsa de cuero, para que acompañe a su testículo huérfano. Igual que un tumor. Quizá el mismo que produce esas terribles migrañas al slair la estrella luciferina. Ese tumor que la Modernidad no sabe dictaminar como enfermedad, o como cura. "Quién me emascula con el caliz roto? ¿Quién me pone al fuego las navajas / y las templa dentro de mi escroto?", pregunta el poeta, y él mismo que dice: "repto todo lo que tenga que reptar / por la espesura de los miasmas / hata el umbral. Solo. Siempre Solo".
En cierto sentido, la poética de Carpinteyro, más allá de rifarse un round con la epistemología, es decir, aventarse la bronca de pensar si realmente todo lo que conoce permanece en sí mismo, o si todo lo que conoce es sólo la emulación de lo que le rodea, es un luchador que guarda su mejor batalla en la intensión, en la voluntad de ponerse a prueba; de dudar de sí, y aunque, con cierta arrogancia asume que controlarse a sí es controlar a los demás, deja la puerta abierta para que el viento de la duda razonable le reordene la ideas. A la duda material, y cito: "Creo que partimos de intuir los propios ciclos en que se fragmenta el ciclo mayor: el de la carne. Los ciclos menores corresponden a la mente y las recámaras de la memoria donde organizamos los enseres del pasado, esas pocas experiencias de entre muchas, esos raros arañazos que nos flagelan más allá de la epidermis, esas heridas son las huellas de experiencia, ortodoxa profesora de tan dura mano que fustiga la lección de la supervivencia".
Sobrevivir puede ser un deseo peligroso, como cualquier deseo. Más en un país donde la supervivencia, la disputa por una morona, incluso, es un verdadero campo de batalla que se arma holográficamente en cada esquina, en cada Oxxo; en el aula, en la calle, en el camión y por principio, en la mesa de la casa.
Neurálgica, producto del tumor de la poesía, sea benigno, sea maligno, es un conjunto de poemas que cumple con la redondez del odio. Y que de algún modo guarda una extraña conexión con su geografía, pues tiene ese halo homicida que también plasma su coetáneo de espacio, Víctor Garía Vázquez, que aunque no es poblano, sí radica en Puebla desdee hace un tiempo, y con el cual coincide en la declinación intensional de estos versos: "La poesía es lo que supura del catéter en el pecho de un infante con leucemia; Líquido amarillo rebosante de significado y agonía. / Hay que decir que la poesía destruye relaciones amorosas y enemista a hijos con sus padres / y a los padres con los padres de sus padres. Una noche se levantan escopeta en mano para no dejar niño ni anciano con cabeza. Perpetrada la matanza toman una servilleta y sentados en un mantel cuadriculado en la cocina la poesía les recompensa con un par de versos malogrados".
Festejo honestamente, que Daniel Carpinteyro no tenga problema alguno con tomar el cuerno de chivo y disparar a quien sea necesario, en estas épocas de guerra, en donde la poesía es un arma violenta y peligrosa. Necesaria sobre todo. Y me gustaría compartir con él, a manera de reflexión (no sin antes darle la bienvenida al intrincado camino de los aspirantes a poeta) igual que una pregunta  estos versos de Norma Bazúa: "El poeta sale del campo para dejar solo al hombre regresivo en su abatimiento / dolerse / desgarrarse / automorder / golpear el muro de su propia oscuridad y convertirse en espumarajo convulsivo / morir a empellones hasta purificarse en la última gota que cae / Impotente, (el poeta) es sólo un puñado de musculos sobre la tierra".

miércoles, 4 de abril de 2012

Al sur y al norte del signo




Por Daniel Carpinteyro

Alberto Roblest, . Entre los signos (el diminutivo). 1. 1. México, D.F: Verso destierrO, 2012. 64.

Una de las principales funciones del signo es verificarse en materia de evidencia. Su figura aparece suspendida entre dos tierras y de ahí el inacabamiento de su sentido.
Entre el sema y el soma, pues,  cruza el río del signo.  Por sus deltas vigorosos corren los caudales del significado hacia la desembocadura del entendimiento. El río del signo –o el sígno del río-  en la poética de Alberto Roblest guarda cierta identidad con el Río Bravo, ya que es igualmente conflictivo, letal y limítrofe. Marca los márgenes en que se resuelven unas definiciones geográficas, y, con menor éxito, unos cánones identitarios.  En sus bancos se depositan, entre los neumáticos podridos y los vidrios rotos,  los fragmentos de una identidad descreída de las garantías étnicas y nacionales. No hay que olvidar que estas garantías exigen tributos y obligaciones, así que en la medida que un poeta prescinda de ellas podrá librarse del infame oficio de artífice de himnos. Pero lo más parecido que en este libro se puede encontrar a un himno es el texto intitulado Lábaro Patrio, feroz diatriba que arranca con los siguientes versos:

“Oh país de las cabezas cercenadas
las cabezas olvidadas
y las cabezas llenas de olvido” (p.45)


Revisada esta hermenéutica de la acefalia nacional, queda claro que Roblest no compone himnos celebratorios en la tradición de González  Bocanegra, sino que acude a las fosas clandestinas para consignar la brutal realidad en que se orquestan los pasajes atonales de la sinfonía nacional contemporánea.  A partir de este compromiso con la desnudez, su verso emprende el movimiento hacia la verdad. Desde un punto móvil de observación y experimentación, la voz poética registra infinitos ascensos, desmonta mitos genealógicos, abandona cuartos de hotel, se posesiona de la repetitiva impersonalidad de los no-lugares,  analiza el lexicón de su ciudad en dos lenguajes. ¿Son las palabras todo lo que tenemos para referirnos a las cosas? ¿Qué pasaría si cada una de las cosas que integraran nuestro mundo se desdoblara en dos palabras? Pollito/ chicken. Plaza/ Mall,   Agente de la Migra/ Motherfucker,  secreto walkie/talkie,   a huevo/of course,  Democracia/ DEA, Congal/ Ti yei.   La tensión dialéctica de cada denominación se torna abrumadora. Nacen terceros significados y terceras naciones, nacen Tijuanas a modo de:


“animales de otra especie na’más
TIA JUANONA   TAJUAn AJÚA
ANA JUA TI / de corrido por favor
El Aztlán neto/   real TIJUANAAAAA” (pg 58)

Este laboratorio léxico es  ejercicio cotidiano para la intuición poética México-Americana. Se despliega una auscultación semántica de cada sílaba, un cálculo infinitesimal de las posibilidades combinatorias del sentido.  En cada giro verbal acecha el despeñadero. No se acomoda la voz poética en certezas lingüísticas sino que desconfía sistemáticamente del uso de cada palabra.  El lenguaje es para ella franja de conflicto, sí, pero como tal lo descubre plástico, sinérgico, transita sin timidez de uno al otro lado de la frontera, trasegando accidentes, desinencias y conjugaciones, inaugurando cognados, escandalizando a los puristas de la lengua y a los celosos paladines del cánon ibérico, pero afirmando al fin intersecciones en las que el español y el inglés –primos no tan lejanos como nos quieren hacer las genealogías lingüísticas tradicionales- se reconocen y se continúan.


Mientras se lee Entre los signos (el diminutivo) uno puede percatarse de que la voz poética no cesa de preguntarse dónde está. Esta indagación contextual se manifiesta en la mayoría de los poemas,  y no siempre encuentra una respuesta. Este es el caso de Anatomía extraña, donde las preguntas acuciantes son ¿Dónde estoy? y ¿Cómo llegué aquí?  La primera respuesta sorprende por su crudeza: la voz se encuentra nada menos que en el interior de un cuerpo atado de manos... y descabezado. El momento de la enunciación corresponde con el preciso instante en que se abandona el cuerpo, tal como se llegó a él, en un abrir y cerrar de ojos. He aquí la futilidad concomitante al ciclo de la vida.

Buen lector de los juegos de poder, A Roblest no le pasa desapercibido que los policías y delincuentes trabajan en el mismo bando, que el estado de guerra, para poder asimilarse como tal entre la población, requiere de una retórica y una representación mediática que se articula en la repetición de fórmulas y slogans. Pero el poeta intuye los ardides económicos por medio de los cuales el erario público, recolectado del sudor del pueblo, va a dar a mano de la industria armamentista.

Cito:

“Dicen que estamos en guerra
lo confirman los diarios
lo exagera la TV en plano detalle
y lo ensalzan los corridos
ente más sangriento
más celebrado
eso dicen”. (p. 42)


  Pero Roblest no solo da cuenta de la realidad en macro. También rastrea sus orígenes, homenajea a un padre boxeador que siguió practicado sombras agilísimas, en la soledad, mientras las multitudes celebraban al ganador que lo había arrojado del ring. Se afirma una dignidad, una entereza en este texto,  Ring de sombra, capaz de colapsar el hígado del lector más inconmovible.

Cito:

“Irreconocible bajó a la oscuridad
y quedó solo/ solísimo para ser sinceros
con  los guantes aún puestos
y el corazón brincando fuerte en el pecho
él que nunca estuvo seguro
de si había nacido para esa profesión
saboreó su sangre
y mientras todos se volcaban sobre el campeón
El con paso firme aún se retiró hacia los vestidores”(p. 10).

Hay algunos poemas en el libro, de naturaleza abstracta e introspectiva, que evidencian los cuestionamientos epistemológicos propios del oficio poético. El inicio-El final, por ejemplo, indaga sobre la cartografía del laberinto en cuyo recorrido se consume nuestra vida.  En este poema reside, a mi entender, una de las claves del libro, ya que se declara cuál es uno de los objetivos epistemológicos del poeta: juntar los signos de su recorrido por el laberinto y obtener, así,  una visibilidad de conjunto, de contundencia satelital, sobre la ruta de sus propios pasos, sus puntos de giro y las piedras angulares, sus milestones, que le permitirán trazar el mapa de su voz, su rostro y sus hechos.

jueves, 29 de marzo de 2012

El secreto que habita en el laberinto de la rosa (en el homenaje a Roberto López Moreno)


Roberto López Moreno, un mago de la poesía

Por Adriana Tafoya

(Él dijo) Desde el primer día que la vi, supe que era la única, cuando me miró fijamente a los ojos y me sonrió, porque sus labios eran del color de las rosas, ellas crecían en el río, todas sangrientas y salvajes. (Y ella responde) En el tercer día, me llevó al río, me mostró las rosas y nos besamos, y lo último que oí fueron unas palabras susurradas, mientras se me acercó con una piedra en su puño. (Y él respondió) En el último día, la llevé donde crecen las rosas salvajes, y ella se sentó en el banco, con el suave viento como un ladrón, y le di el beso del adiós, le dije: “Toda la belleza debe morir”.  Donde las salvajes rosas crecen, Nick Cave.
                                              
Roberto López Moreno nació en Huixtla, Chiapas, lugar donde abundan las espinas, en 1942, y es en el inicio de una era macabra, 1968, año de la matanza en la plaza de las tres culturas, cuando aparece su primer libro: Trilogía entre la sal y el fuego. Posteriormente nos ha entregado, a todos sus lectores, más de cincuenta títulos de una enigmática obra literaria;  por mencionar algunos: De la muerte violencia su estrofa erizada maúlla a las nubes un trágico final, sobre las azoteas el gato escribe, 1980, Motivos para la danza, 1986, Manco y loco, ¡arde!, 1991, Verbario de varia hoguera, 1993, Négridas, 1998, Ábrara, 2004, E=mc2 y El libro sexto. La construcción de la rosa, 2009 y Versalía, 2010.
Si leemos a Roberto López Moreno con la suficiente atención, nos percataremos de que estamos ante un mago, un alquimista. Y no sólo es una forma metafórica de decirlo, sino que el poeta López Moreno es un genuino maestro de la magia. Un conocedor a fondo de la rosa en la palabra, y también un orquestador del canto.
Lo mejor que puede sucederle a un mago, es que su magia surta efecto en sus lectores, y en otros poetas. Y así ha sido el caso de López Moreno, pues en éste, nuestro tiempo, está más vigente que nunca, porque su obra mantiene esa frescura que ha influido, sea ya de manera directa o indirecta, en poetas ya reconocidos como Ricardo Castillo, Ángel Carlos Sánchez y Jeremías Marquines, así como en poetas más jóvenes, por mencionar a otros, Rocío Cerón, Eduardo Ribé, Esaú Corona, Balam Rodrigo y Yaxkin Melchy. Sea por la mnemotecnia versal, por el carácter combativo del poema, o por la compleja experimentación del verso, sea por la inclusión de partituras como parte del cuerpo de un poema, por la onomatopeya o el calambur como una constante musical, por la peculiar estética “chiapaneca” de su poesía, o por sumar al texto lenguajes matemáticos, la poesía lopezmoreniana es, no sólo de una vigencia sorprendente, sino que en muchos sentidos es una obra que está trazada para sobrevivir en la boca de los futuros poetas, en el canto de los juglares de otras generaciones, y no únicamente en las bibliotecas.  
Él es un poeta que nunca le ha dado, ni le dará la espalda a lo popular, y también un arquitecto que alimenta su pluma en el tintero del canto para fundirse con la sonoridad de los pájaros, sea de día o de noche, y con el dominio de los cuatro elementos simbólicos de la materia. Es, por qué no decirlo, un científico de la lengua que, ocupa su tecnología en un verso que apunta en favor de todos.
Todo aquellos poetas con el entusiasmo de lo experimental, con el verdadero interés de mezclar la oralidad en una probeta, o de componer la nomenclatura de una sinfonía con palabras, tienen la obligación de leer a Roberto López Moreno, que sin afán de convencer, ni persuadir, ha construido una obra misteriosa, de un alcance que registra diversos tonos (escalas y armonías), decibeles que nivelan en múltiples ensayos escriturales, todas las formas: Poemurales, como él ha denominado a estas creaciones que buscan guardar los límites del universo en las paredes de la página en blanco.
Jardinero de múltiples rosas es Roberto, pues su obra más que una rosa es una amapola infinita. Rosa de viento, de fósforo, “rosa de mercurio, alquimia portentosa del eje de la magia” (p. 50), rosa de mar, rosa de Huidobro, de Góngora, rosa cerebral, e incluso, invoca aquella rosa que “Asbaje sembró en América”, como aquel capullo que embaraza a una virgen con su aroma, en la tradición más antigua. Constructor de la estrella de pétalos humeantes, báculo de espinas, cito:
Rosa filosofal
desde la piedra que guarda los misterios,
moho de los siglos, dédalo en el que se fue forjando la conciencia;
neuma en las cantilaciones de la garganta precursora,
baja punzo de luz,
¿cómo se llaman sus cuatro aromas cardinales?:
Gálica, Damasco, Centifolia, Alba,
zumo de attar, soma de las concentraciones… p. 40
López Moreno es un ávido interlocutor de Rilke, Borges, Barba Jacob, Lezama Lima y Enrique González Rojo, y crea su rosa gracias a la ceremonia, al ritual de la escritura, que se repite una y otra vez, en los ciclos, en las medidas de los ciclos de nuestros años, a través de los estribillos, los coros, y sabe como gran poeta, que el lenguaje es un ruido, un siseo que florece en el oído, e impulsa al “oyente” a decir, y actuar de acuerdo a lo que “zumba”. Un mago simbolista, que conforma pautados para el Minotauro del poema. Un constructor de tradición. Cito, de su libro La construcción de la rosa (p. 33):
El que puede inventar que puede inventar la vida
entre derivaciones de formol y amonio.
El que puede elevar la frente en la tormenta.
El que puede entre el pulgar y el índice.
El que puede.
Este es, a partir de ahora, el nuevo rayo en donde sueña
el que puede cambiar la irradiación del número,
el que puede en la palanca y en la rueda,
el que puede en el milagro del lenguaje, en la roca grabada,
el que puede.
Ahora conceptos y designaciones serán libre albedrío del que puede.
Roberto López Moreno también significa, lo que varios filósofos y lingüistas, poetas incluso, vaticinan desde hace un tiempo: el regreso de la oralidad. Representante, antecesor es de poetas que necesitan de la poesía en voz alta, y que actualmente se acomodan en estructuras musicales que arribaron con el slam de Estados Unidos, pero que tienen en Roberto una futura guía para contextualizar sus deseos de tener magia en la poesía (refiriéndonos a sus textos). Esta creciente “efervescencia” de la oralidad en el nuevo milenio, a través de la lectura y declamación de poesía en calles, bares, cantinas, etc., de cinco años para acá, no es gratuita, y en mucho, sus exponentes parecieran hijos de la poesía lopezmoreniana.
López Moreno es un poeta que sabe mantener el dedo en el renglón, cito, “hay un dedo que mata. Ese es el dedo que bajó hasta las casa en la hora maldita” (p.119) para que una vez culminada la destrucción del ciclo, haya algo más, una Rosa diferente a esta que ahora gobierna; así, nos atrae al laberinto de un huracán, e intenta religarnos al mundo para que nadie quede fuera de la espiral.
Más que lo culto, Roberto es lo experimental desde una raíz fónica, que se vuelve fórmula o algoritmo, vector para trazar un aleteo en medio de la hoja, o en la frente, como un ojo que canta y con cada parpadeo nos habla; para el poeta Roberto López Moreno el canto es la mirada misma, y no la imagen, no la metáfora incluso, sino la realidad que se transforma en sonido, en danza gutural, o en carrasposa melodía; en partitura de una partida de ajedrez, o en el tarareo de un hombre que camina por el malecón para tentar al mar a que lo arranque de la tierra de un manotazo. Al parecer, a Roberto López Moreno le es dado caminar no sólo sobre una cuerda, para sortear el abismo, sino sobre cinco, y en diferentes notas: es música, su poesía es ruido, y el sonido de los engranes, más que los engranes mismos, es el polvo invisible que dejan las palabras cuando no alcanzan a entenderse: la música de un sol que con cada uno de sus dedos toca una guitarra distinta. De algún modo, Roberto nos invita a que seamos nosotros los que metaforicemos su mundo; porque él es un susurro que empuja al suicida (al kamikaze) a que cumpla cabal su destino, o al imperioso a que conforme su imperio. Es el discurso más peligroso de los “tiempos”, el del escriba que construye, o recompone el orden sonoro de lo que serán las “palabras” en otro tiempo; él dice Ábrara, y continúa de ahí palabra adelante hasta volverse otra vez Ábrara; volverse esta vez árbol, coronado de innumerables rosas, y cito:
Soy este cuerpo cargado de existencias,
alucinante tejido de vidas y de muertes,
de vidas y de vidas,
de muertes y de esta cabellera siempre verde, poblada de alas,
Soy mi sangre, cargada de hormigas,
suben desde mis plantas hasta las altas ramas,
hasta la altura
donde gorjea el verbo triunfal de su poema.  (p. 35)