lunes, 21 de mayo de 2012

A/salto de río, de Raúl Renán


Por Saúl Ordóñez

Conocí la poesía de Raúl Renán en Rostros de ese reino (2007), publicado también por VersodestrierrO, en coedición con la Organización Editorial Nuevo Siglo, con el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes; un libro maravilloso, no solamente por los poemas de Renán, también por los dibujos de Kristin y, especialmente, por las imágenes del Fondo cristológico de estampas grabadas y litografías “Los Venados”; y que, me parece, guarda una estrecha relación con A/salto de río (Agonía del salmón), que hoy nos ocupa, según explicaré más adelante.
Primero, hablemos del salmón. El género Salmo comprende varias especies de peces marinos y de agua dulce de la familia de los salmónidos. Algunas de las especies de este género son anádromas, es decir, nacen en agua dulce, migran al océano y vuelven al agua dulce para procrear. Se les atribuye la capacidad de volver al mismo sitio donde nacieron para reproducirse, y los estudios recientes muestran que al menos un 90% de los salmones que remontan una corriente nacieron en ella. No se sabe cómo se orientan. (Wikipedia, 2012)
Este hecho extraordinario y misterioso, que los salmones vuelvan al sitio donde nacieron para reproducirse y después morir, ha atrapado fuertemente la mente de los hombres. Por ejemplo, el inglés Ted Hughes (1999) les dedica varios de sus Poemas de animales; cito fragmentos de dos de ellos:

Salmón en agosto

(…)
En una bodega de raíces de fresno, solo,
el novio yace herido de muerte
por el amor y el destino.
Sus rasgos se deforman por culpa de la espera.
Su belleza sangra de manera invisible
por cada una de sus agallas.
Traga saliva con torpeza por culpa de sus pesadas vestiduras,
pero su mirada permanece embelesada,
mastodóntica, ártica.
Es un dios venido a la Tierra por primera vez,
lleva en el cuerpo el reloj del amor y la muerte.
(…)
No hay quien lo conozca con ese color morado.
No puede aguantarse y se cae otra vez.
Intenta librarse del cráneo remachado
y de su macabra envoltura.
                                               Pero se hunde en el lecho
de su celda matrimonial. Queda en coma
y espera a morir ejecutado
en la falda de la novia.

Salmón en octubre

Yace apenas protegido por un metro escaso de agua,
dos pies por debajo del pobre resguardo de un roble diminuto,
una zarza lo cubre a medias.
Descansa después de dos mil millas,
respira en ese chapoteo de agua indulgente,
en su charco funerario.
Pesa unas seis libras,
tiene cuatro años a lo sumo, sólo ha pasado un invierno en el mar
pero ya es todo un veterano,
ya es un héroe tocado de muerte. ¡Qué súbito fin!
¡Qué deprisa ha pasado por este museo de cosas prodigiosas!
El hermoso vestido de tierra donde estaban bordados los meses de ternura,
y que era la túnica salvavidas de su esposa,
ahora está gastado por culpa del ansia y las prisas de ella
y flota en la corriente como un pañuelo deshilachado.
(…)
La muerte ya lo ha amortajado
con su uniforme de payaso, sus placas y condecoraciones.
Así señala que su servicio ha terminado.
Su cara es una máscara macabra, un dinosaurio de senilidad, y su cuerpo
es una anémona fungoide y ulcerosa.
(…)
¡Qué cambio! ¡De aquel pacto de luz polar
a esta mortaja en el arroyo!
¡Qué muerte en vida, ser el espectro de uno mismo!
¡Que tu cuerpo se convierta en títere de la muerte!
La muerte le ha puesto sus trapos y sus burdas pinturas.
Él mismo se atormenta en su vigilia expectante
y sufre la sumisión, la torpeza
y la humillación de su papel.
(…)
Pero siempre lo supo. Estaba escrito en el huevo.
Esta cámara de los horrores es también su hogar.
Tal vez lo incubaron en esta misma charca.
Y ésta fue su única madre (…)
Y todo esto también está bordado en la riqueza ruinosa,
en el porte heroico
que lo mantiene tranquilo a pesar de las heridas, tan leal a su destino,
tan paciente en la maquinaria del paraíso.
Ted Hughes fue antropólogo de formación y era versado en mitología, especialmente de los pueblos de Norteamérica, para quienes algunos animales son tótems, es decir, representan a grupos humanos con quienes, se supone, están emparentados, y a fuerzas de la naturaleza. Pero no es necesario saber esto para darnos cuenta, al leer estos poemas, de que Hughes no sólo describe en ellos a los animales, de quienes fue un gran observador toda su vida, sino que también los utiliza como metáforas, como símbolos, a la manera de los bestiarios medievales, del gran drama de la vida.
Raúl Renán también recurre al salmón en A/salto de río por su valor metafórico. El salmón es un Ulises que regresa a casa a morir. Representa a todos los que vuelven al origen, bajo el mandato de un dios, para encontrar su final, pero también para pagarle un último tributo a la vida, para forjar un nuevo eslabón en la cadena, dar a luz una última rosa sangrienta o terminar en una sartén para ser devorados.
Bajo el mandato de un Dios, arriban a los brazos de una “diosa de agua”, Deméter-Perséfone, madre, hermana y amante, señora que da la vida y da la muerte, virgen, la Doncella de los misterios de Eleusis y la Guadalupe Tonantzin.
Formalmente, la característica que más resalta de A/salto de río, es que está escrito para ser leído de abajo hacia arriba; así, es una gran figura retórica que representa el nado, el salto del salmón corriente arriba; pero, también, desnaturaliza el lenguaje, al romper la convención, muestra su carácter convencional, de entrada, exige un esfuerzo mayor en la lectura. Pero no es lo único, los versos son breves, hay muchos monosilábicos, y se nadan, se leen a saltos, como los salmones. Aquí y allá, irrumpen onomatopeyas, que forman por completo el último fragmento, el XXXV. Todo esto emparenta al poema con la Poesía del Lenguaje, porque, ni duda cabe, el gran protagonista de la poesía de Renán es el lenguaje, la palabra, el Verbo de Rostros de ese reino.
Los poemas de Rostros de ese reino, a pesar de leerse de arriba hacia abajo, ascienden, son la subida al Calvario y la ascensión del alma a los brazos de su Creador. A/salto de río, a pesar de leerse de abajo hacia arriba, desciende, es el viaje al huevo y a la tumba. Los dos libros juntos, son un doble movimiento de anábasis y catábasis. El fragmento XXXIV de A/salto de río, compuesto de verbos en presente, responde al último fragmento de Verbo Pancreator, poema de Rostros de ese reino, compuesto de verbos en infinitivo. El sujeto deviene ser y el espíritu encarna.
Raúl Renán es un poeta, a través de su magia verbal, coparticipa en la Creación. Vicente Huidobro fue el iniciador del Creacionismo, una vanguardia que afirma que “el poeta es un pequeño dios”. Huidobro escribió Altazor, que también es un viaje, un viaje en paracaídas, o, mejor, parasubidas, donde el lenguaje es destruido y recreado. Altazor arriba al canto VII, a un más allá del lenguaje, a palabras de un más allá como fantasmas de estrellas extinguidas pero que aún son visibles en el cielo nocturno. El salmón de Renán arriba al fragmento XXV, a un más acá del lenguaje, a onomatopeyas como fetos de palabras.
La poesía de Raúl Renán no es fácil, hay que ser un lector atento para aprehender sus sutilezas semánticas, sintácticas, fonéticas; pero no es una poesía inaccesible, en ella hay algo con lo que todos podemos relacionarnos. Renán es un poeta capaz de abordar los grandes temas, y hacerlo siempre con un espíritu experimental, su gran amor es la palabra, que es la materia de la poesía.

El ojo enfermo que te mira cuando duermes


Sobre Neurálgica de Daniel Carpinteyro

Por Andres Cardo

El discurso posmoderno tiene como señal de podredumbre, o dicho técnicamente, como vestigio de su decadencia, un halo que se eleva en último grito: una llamarada azul que expele el aroma funesto de que, el tanque está por acabarse. Expira. Está en su último límite el alcance del hallazgo Humano, de que todo (y cada cosa) deviene, se deconstruye, se funde en lo que no es, al momento de rozar con su Ser cada partícula del Caos que le redea.
Este aroma intenso y penetrante es el que otorga al lector, Neurálgica, de Daniel Carpinteyro. Libro adensado por un lenguaje que se acomda sobre tecnisismos biológicos, lingüísticos o neuronales. Adjetivación advervial que guarda en su sonoridad cincelante, la desesperación hermética, del encierro, y también la coraza emocional del vapuleado, y cito un par de versos: "la experiencia del dolor se recombina (...) tierna metástesis / balsámica lamprea /musa simbiótica que nos abstergue de prescindible y de lo vacuo".
De qué busca protegerse nuestro poeta, campeador de la Bestia, ¿de qué extraño mal?, ¿del tempestuoso mundo oleginoso del deseo: El Miedo, o de la espectral silueta del caos que viene a tocar cada uno de nuestros poros para absorver nuestra "escencia" y ponerla al servicio de todo lo que es, de todo lo que hay?
Ella, la ciberética, la lumínica ciudad de espejos rupestres, de dagas cortantes a manera de rostros, de gestos a manera de balas. Avanza hacia nosotros. La Sesgante. La que vive palpitando en cada uno de los corazones que la alimentan, ciegos, !oh, valerosos!, imaginando que alimentan su propia llama, su poropia cargada arma de fuego.
La Señora Latex, la de Cicnco Picos y una boca de Pelo. La Manuela, aporreada por sus congéneres, mismos que un día le dieron luz verde para que creciera y con sus palabras la alimentaron. Ciudad de hombre (diría James Brown) que cabe en una mano, el Hipermundo al cual hemos confiado el sueño y las contraseñas para activar las alertas de Invasión.
Poética cuasi apocalíptica, esta Neurálgica, y por ende, apetecente de los mares. Todo hombre que busca hundirse en la cara desfigurada de lo desconocido, es porque desea que su corazón sea el mar. Su rebuscada lengua de olas, su trepidante agonía de profunda oscuridad amniótica.
Por eso, mejor volver a la fragmentación, al estado natural de la astilla, al vaso roto, premeditadamente, idéntico a una regresión al mundo unicelular de los caldos primigenios de la materia terreste. Así que Capinteyro, decide mejor ponerse "un citurón de dinamita, para evicerar a nervio vivo al Yo demesticable". ¿Hablamos del no-ser?, ¿del vacío?, ¿de la materia?
Qué es el vacío sino la materia invisble, la oscura melasa que respiramos y nos mueve, y a la cual modeamos a imagen y semejanza del recuerdo. Después de todo, todo lo que olvidado está, todo lo que olvidado fue, cabe secreto en la curva intangible de una letra: de un sonido.
¿Contra qué lucha el poeta, entonces? ¿Lucha para ocluir las yugulares de los machos alfa?, ¿sólo para estallar? Apuntar al rojo, dirían los astrofísicos. Permitir que el universo se continúe expandiendo para acelerar su detención, su irremediable colisión implosiva. ¿Radiar? ¿Romper la velocidad del tiempo? ¿Atravesar con un dedo, con al punta de un lápiz (óptico, por supuesto) el nebuloso abismo de la luz?
¿Qué busca el poeta, para qué luchar? Quién o quiénes de todos los entes que le componen, quién de todas sus partículas, quiénes, lo venerarán como Arquitecto de sí mismo?, cuando Capinteyro nos dice: "ya no envidio los grilletes. Yo te sirvo cuando me venero soberano / cuando me proclamo mi único arquitecto / cuando escupo en su tabla de leyes / porque mi Ley, tu ley, es impulso primigenio", es porque asume ser una figura conciente del fractal infinito del logos, pero también su cáncer. Un hijo del Pavor, un benemérito hijo del purulencia: hermano de la sarna, preparado siempre para recibir la estocada del Toro, el lenguetazo salitroso de una luna fuerte, poseedora del trofeo que Freud le otorgaba como primigenio a los hombres: el falo argenta.
Para Daniel la poesía es masculina. Para él, el poema debe ser memorizado con sangre, trazado con un bisturí: "usa un escalpelo que se satisfaga con inocentes", versa, y continúa "déjalo secar la maniobra del orgasmo / sin dejar de repetirlo, hasta que se espese en mantra o hasta degradar tu semen a su antimateria".
Hay el amor-odio necesario en su escritura como para pegar dos edificios altísimos conformados de puro acero. Como para pegarlos en un poema, y volverlos un bolido destructivo, cargado del encabronado enamoramiento de los hombres cuando desean algo y su padre el Mundo, los aleja, lo reprime, los sustrae de su Madre, la Realidad. El hijo héroe, el destructor hijo vengativo edípico prepara su arsenal de juventud ciclónica, para derrumbarlo, para vencerlo y erigirse alveólo, cuadro de diálogo sobre una montaña, al amanecer, al anochecer.
El estoico hedonista, sigue de cerca la teoría de la física cuántica, y no permite, o sabe al menos, que nadie podrá tocarlo. Se mantiene frío, aisaldo del tacto, y su placer radica en el revoltijo que logra crear su idea, su fusión de mente con movimiento, de trayectoria con beso, de beso con muerte, de muerte con deseo, de deseo con ansia, de ansia. De temblor por no acceder a Nada, por mantenerse al margen de sí, del dialéctico castigo del existente que no asume nunca que el Caos habrá de tocarle, sí, que Ella habrá de retirarse del cuerpo la armadura infecta del Tiempo Universal para mostrarse tal cual es, y así fundirlo, envolverlo, penetrarlo por cada uno de los poros, para hacerlo desaparecer.
El estoico hedonista da click, da click. Da cliclk. Mira. Es un voyeur, un infiltrado en las antenas satelitales del gran Ojo. Y desde ahí, mira igual que mira el gran Ojo, sin él mismo llegar a serlo. Sin serlo. Y aquí cito un par de versos de su poema Oda: "Artistas  como reses en el rastro / artístas como hígados / yo me detengo ante el umbral / de su dolor incognosible / les veo abstraer esas neurgalgias / con serenidad tan grácil que me siento vivo / en su muerte yo me siento vivo / con viva urgencia de empinarme ante la muerte", y versos abajo: "Marchan las botas industriales del futuro Canon: el Mester de Tanatología".
Una balada para la destrucción, "un aullido de cisne", escribió Papasquiaro. Un lamento como un suspiro profundo e inaudible como un quejido, una llanto lluvioso e intenso por la modernidad, por el humanismo que se arrastra en unas escaleras, abismo abajo, para cubrirse con el pesado manto de cuatro carretillas de tierra.
Cantar la muerte como la vida, es tal vez, una de las formas más eróticas de estos tiempos de procrear la especie. No tengas hijos, adopta un perro, adopta un niño, adopta a un hombre solo para que desconosca que Nadie lo quizo, y lo tatuó con el soplo de su exitencia.
Un hombre de caza, listo para devorar al distraído que sale a correr por la manñana. Devorarlo de un sólo golpe, y guardarlo en su bolsa de cuero, para que acompañe a su testículo huérfano. Igual que un tumor. Quizá el mismo que produce esas terribles migrañas al slair la estrella luciferina. Ese tumor que la Modernidad no sabe dictaminar como enfermedad, o como cura. "Quién me emascula con el caliz roto? ¿Quién me pone al fuego las navajas / y las templa dentro de mi escroto?", pregunta el poeta, y él mismo que dice: "repto todo lo que tenga que reptar / por la espesura de los miasmas / hata el umbral. Solo. Siempre Solo".
En cierto sentido, la poética de Carpinteyro, más allá de rifarse un round con la epistemología, es decir, aventarse la bronca de pensar si realmente todo lo que conoce permanece en sí mismo, o si todo lo que conoce es sólo la emulación de lo que le rodea, es un luchador que guarda su mejor batalla en la intensión, en la voluntad de ponerse a prueba; de dudar de sí, y aunque, con cierta arrogancia asume que controlarse a sí es controlar a los demás, deja la puerta abierta para que el viento de la duda razonable le reordene la ideas. A la duda material, y cito: "Creo que partimos de intuir los propios ciclos en que se fragmenta el ciclo mayor: el de la carne. Los ciclos menores corresponden a la mente y las recámaras de la memoria donde organizamos los enseres del pasado, esas pocas experiencias de entre muchas, esos raros arañazos que nos flagelan más allá de la epidermis, esas heridas son las huellas de experiencia, ortodoxa profesora de tan dura mano que fustiga la lección de la supervivencia".
Sobrevivir puede ser un deseo peligroso, como cualquier deseo. Más en un país donde la supervivencia, la disputa por una morona, incluso, es un verdadero campo de batalla que se arma holográficamente en cada esquina, en cada Oxxo; en el aula, en la calle, en el camión y por principio, en la mesa de la casa.
Neurálgica, producto del tumor de la poesía, sea benigno, sea maligno, es un conjunto de poemas que cumple con la redondez del odio. Y que de algún modo guarda una extraña conexión con su geografía, pues tiene ese halo homicida que también plasma su coetáneo de espacio, Víctor Garía Vázquez, que aunque no es poblano, sí radica en Puebla desdee hace un tiempo, y con el cual coincide en la declinación intensional de estos versos: "La poesía es lo que supura del catéter en el pecho de un infante con leucemia; Líquido amarillo rebosante de significado y agonía. / Hay que decir que la poesía destruye relaciones amorosas y enemista a hijos con sus padres / y a los padres con los padres de sus padres. Una noche se levantan escopeta en mano para no dejar niño ni anciano con cabeza. Perpetrada la matanza toman una servilleta y sentados en un mantel cuadriculado en la cocina la poesía les recompensa con un par de versos malogrados".
Festejo honestamente, que Daniel Carpinteyro no tenga problema alguno con tomar el cuerno de chivo y disparar a quien sea necesario, en estas épocas de guerra, en donde la poesía es un arma violenta y peligrosa. Necesaria sobre todo. Y me gustaría compartir con él, a manera de reflexión (no sin antes darle la bienvenida al intrincado camino de los aspirantes a poeta) igual que una pregunta  estos versos de Norma Bazúa: "El poeta sale del campo para dejar solo al hombre regresivo en su abatimiento / dolerse / desgarrarse / automorder / golpear el muro de su propia oscuridad y convertirse en espumarajo convulsivo / morir a empellones hasta purificarse en la última gota que cae / Impotente, (el poeta) es sólo un puñado de musculos sobre la tierra".