domingo, 1 de marzo de 2015

Raíz de un instante



Por Zazill Alaíde Collins

Hace muchos años Heiddeger, revisitando a Hölderlin, escribió la siguiente frase:
Es el tiempo de los dioses que han huido y del dios que vendrá, es el tiempo de indigencia porque está en una doble carencia y negación: en el ya no más de los dioses que han huido y en el todavía no del que viene.
Al leer Raíz de un instante pude encontrar este estado intermedio o de indigencia, de orfandad o sequía, tan existencial, como todo drama humano, porque en esta vida, y parafraseando  a Luis Villoro, nos encontramos investigándole el sentido. Y la escritura es un visillo a la muerte.
No se necesita pertenecer a una generación específica, haber nacido en los 50 o en los 80, para compartir este estado, este tiempo de carencias y negaciones. Quizá este contexto sociopolítico de hoy día abre más esa cicatriz y nos permite, al tenerla abierta, cuestionar con más incisión la orfandad frente a la que nos encontramos, ahí donde matamos al padre y a la madre. Y seguimos investigando qué significa “aquí”, el aquí de lo que nunca ha estado, o “bruma”, la bruma de las palabras que ya no nos dicen nada, o que como en el último soplo de vida de Clarice Lispector se han llenado de polución.
Investigar el sentido de la vida es re construir los lenguajes o erigir nuevos, con tenues sonoridades, ya sean musicales o sonsonetes infantiles del sin sentido: volver a balbucear el origen, la costumbre, el aburrimiento del mundo, lo imperceptible de nuestra respiración, un blues, quizá, donde expurgar las derrotas.
En Raíz de un instante nos encontramos de pronto escarbando las palabras para tomar por el cuello la raíz y conocer sus ramificaciones, esas que todo autor inventa a través de personajes. Raíz de un instante nos muestra dónde están las pulsaciones: el impulso vital de voltear a las pequeñas cosas. La poesía de Pech es un lente donde podemos observar cristales de nieve, la brizna de un beso o copos de polvo dentro de un reloj: los recovecos donde volver a encontrar la Posibilidad, justo donde habitamos la rutina, donde hemos ya creado un patrón de ritmos. ¿Cabe la improvisación? Ahí la invitación y cuestionamiento de la autora para sus lectores.
Ramificar o diseccionar el tiempo es también percatarse, como dice la canción, de que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”, por eso las maletas de Pech son versos que deambulan donde se arrastra la inmensidad de su principio ontológico, y su silencio. 
Las ramificaciones de esta raíz también son acuosas, a través del deseo del naufragio, porque la poesía es esa ola, calma o brava, que viene y va, y nos mece, y nos come, y nos devuelve a la tierra para reencontrarnos con esos puntos mitológicos de una geografía personal; háblanos Cynthia, más adelante, del mapa que traza la raíz de tu instante.
Hoy que los significados se han agotado, ¿qué es lo que la poesía de Pech quiere compartirnos más allá de la autobiografía indiscutible, pero dudosa dentro de sus poemas?, ¿dónde encuentra la poesía de esta poeta el sentido de la vida? Es una pregunta para la autora, antes del delete que borre nuestro rastro del día de hoy, aquí. Y, desde luego, para comenzar una conversación con todos.

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