Por Zazill Alaíde Collins
Hace
muchos años Heiddeger, revisitando a Hölderlin, escribió la siguiente frase:
Es el tiempo de los dioses que han huido y
del dios que vendrá, es el tiempo de indigencia porque está en una doble
carencia y negación: en el ya no más de los dioses que han huido y en el
todavía no del que viene.
Al
leer Raíz de un instante pude
encontrar este estado intermedio o de indigencia, de orfandad o sequía, tan
existencial, como todo drama humano, porque en esta vida, y parafraseando a Luis Villoro, nos encontramos
investigándole el sentido. Y la escritura es un visillo a la muerte.
No
se necesita pertenecer a una generación específica, haber nacido en los 50 o en
los 80, para compartir este estado, este tiempo de carencias y negaciones. Quizá
este contexto sociopolítico de hoy día abre más esa cicatriz y nos permite, al
tenerla abierta, cuestionar con más incisión la orfandad frente a la que nos
encontramos, ahí donde matamos al padre y a la madre. Y seguimos investigando
qué significa “aquí”, el aquí de lo que nunca ha estado, o “bruma”, la bruma de
las palabras que ya no nos dicen nada, o que como en el último soplo de vida de
Clarice Lispector se han llenado de polución.
Investigar
el sentido de la vida es re construir los lenguajes o erigir nuevos, con tenues
sonoridades, ya sean musicales o sonsonetes infantiles del sin sentido: volver
a balbucear el origen, la costumbre, el aburrimiento del mundo, lo
imperceptible de nuestra respiración, un blues, quizá, donde expurgar las
derrotas.
En
Raíz de un instante nos encontramos
de pronto escarbando las palabras para tomar por el cuello la raíz y conocer
sus ramificaciones, esas que todo autor inventa a través de personajes. Raíz de un instante nos muestra dónde
están las pulsaciones: el impulso vital de voltear a las pequeñas cosas. La
poesía de Pech es un lente donde podemos observar cristales de nieve, la brizna
de un beso o copos de polvo dentro de un reloj: los recovecos donde volver a
encontrar la Posibilidad, justo donde habitamos la rutina, donde hemos ya
creado un patrón de ritmos. ¿Cabe la improvisación? Ahí la invitación y
cuestionamiento de la autora para sus lectores.
Ramificar
o diseccionar el tiempo es también percatarse, como dice la canción, de que “al
lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”, por eso las maletas
de Pech son versos que deambulan donde se arrastra la inmensidad de su
principio ontológico, y su silencio.
Las
ramificaciones de esta raíz también son acuosas, a través del deseo del
naufragio, porque la poesía es esa ola, calma o brava, que viene y va, y nos
mece, y nos come, y nos devuelve a la tierra para reencontrarnos con esos
puntos mitológicos de una geografía personal; háblanos Cynthia, más adelante,
del mapa que traza la raíz de tu instante.
Hoy
que los significados se han agotado, ¿qué es lo que la poesía de Pech quiere
compartirnos más allá de la autobiografía indiscutible, pero dudosa dentro de
sus poemas?, ¿dónde encuentra la poesía de esta poeta el sentido de la vida? Es
una pregunta para la autora, antes del delete
que borre nuestro rastro del día de hoy, aquí. Y, desde luego, para comenzar
una conversación con todos.
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